Siempre fue una edad temida, no por el miedo común de las mujeres a envejecer (Hasta mi jefe me confunde con una alumna cuando no llevo el uniforme) sino porque era mi edad límite para hacer varias cosas. Cuando tenía 18 años (no sé por qué siento como si hubiera sido ayer) conocí una mujer de 28 años que tenía todo para ser feliz: un buen trabajo, una vida sexual que solía presumir, éxito profesional, bonita ropa, maquillaje y joyería cara; osea todo lo que yo con mis 18 años deseaba. Á los 18 yo parecía de 12 no podía aspirar a comprar ropa linda, vestía con buzos y zapatillas, era una cajita de música recontra virgen que se trenzaba el cabello y vivía en el castillo del joven manos de tijeras. Obvio yo admiraba a esta exitosa mujer y un día con mis ojos de 18 años le pregunté qué se sentía ser tan súper y ella me respondió que no era feliz, que sentía que no había hecho lo que quería en la vida. Ése fue un momento crucial porque me di cuenta que sólo tenía 10 años para hacer las cosas que quería en la vida, tenía 10 años para ser feliz. Yo, con 18 años, quería publicar un libro, pintar mucho, ser mujer, ver el amanecer en el Centro, ser besada bajo la lluvia, terminar mi carrera, ayudar a mis hermanos y ser mamá. Y los años pasaron y cada vez que pasaban pensaba en que todavía tenía tiempo, los 28 eran lejanos todavía, y poco a poco las cosas que tenía en mi lista se fueron realizando. Cuando me cantaron feliz cumpleaños frente a mi torta agradecí a Dios el haberme permitido hacer todo lo que planeé sin querer queriendo, hay tantas personas a las que tengo que agradecer porque a la buena o a la mala enrumbaron mi carrito, sobre todo a ti, Lunita, porque me permitiste pasar a un nivel que sólo pensé ver en otras personas. Hoy a los 28 años, mi edad temida, puedo decir que SOY FELIZ. Es hora de plantear nuevas metas. Con mis 28 años, llevando siempre conmigo a la luna y un costal de sueños.
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